miércoles, 4 de octubre de 2017

Vidas imaginadas

La vida después de los 50 años. Algunas personas dicen que se vuelve muy interesante porque entramos en la madurez o maduritud. Otras, que es el comienzo del fin o de la involución. Es una edad, en la que ya hemos tomado la mayoría de decisiones que queramos o no, nos han forjado un caracter y nos han demarcado un camino y trayectoria. Hemos "corrido" la mayoría de las bases. 
Cuando cumplí esta edad, dije, bueno, este es el momento en el que no puedo ni debo darme el lujo de parar de hacer ejercicio físico, reconciliarme con mi cuerpo y dar rienda suelta a todo aquello que por pequeño que parezca me rinda una dosis extraordinaria de felicidad y tranquilidad. El tiempo empieza a ser precioso y cada mañana, una especie de milagro.
En este cumpleaños, me regalé entre muchos pequeños placeres, una ida a cine para descubrir la vida y obra de un pintor y grabador del que conocía casi nada. 
Katsushika Hokusai, es un artista japonés del siglo XVIII quien pintó una de las obras más emblemáticas del arte asiático llamada la "Gran Ola de Kanawaga" (1830). A mí esta obra me cautivó desde que la ví asociada a la carátula del libro que me cambió el gusto por la literatura de manera significativa, llamado, "Las Olas" de Virginia Woolf. No tenía idea de la estatura de este artista y ver el documental que se titula " Hokusai, más allá de la Gran Ola" me llevó a un estado de deslumbramiento que aun persiste.
Dentro de la tradición japonesa, cumplir años hace parte de un ritual no sólo de celebración sino de proyección fascinante. Cuando llegas a los 60 años tienes derecho a una especie de renacimiento. Hokusai quien lo comprendió de esta manera, en este cumpleaños, decide que quiere buscar "la verdad última" a través de su pintura y para ello se programa para una larga y fecunda vida de trabajo. Su intención era vivir hasta los 110 años y, llegar a esta edad, pintando. La apuesta le barajó una vida hasta los 89 años, con cerca de 30.000 obras, cuando usaba el nombre ( se lo cambió en varias ocasiones) de, "el viejo loco por la pintura".
El ejemplo Hokusai me lleva a preguntar: ¿Qué tal si la vida empieza a darnos la oportunidad de ser la mejor versión de nosotras mismas como personas a partir de los 50? ¿Por qué no programarnos para encontrar en cada experiencia que tengamos una verdad que aunque no sea la última, nos permita sentirnos vivas, completas  y satisfechas con quienes somos, con los aciertos y desaciertos, las experiencias acumuladas? ¿Qué tal si nos cambiamos el nombre y empezamos a vivir las vidas pendientes, las inventadas, las soñadas, que también son nuestras?