martes, 29 de mayo de 2018

No hay camino


Hay una canción de Joan Manuel Serrat que dice: "Caminante no hay camino, se hace camino al andar" . La semana que terminó en domingo, día de elecciones en la república de Colombia, creo que bien podría adoptar esta frase como slogan. No hay camino y esto nos obliga a trazar uno nuevo y suena absolutamente genial.

En este momento, con los resultados arrojados en la primera vuelta en la carrera a la presidencia de Colombia - país este que a veces encuentro tan extraño como un paisaje de Marte -, se podría declarar que, el camino transitado por la política tradicional, con sus maquinarias de corrupción, guerra y muerte, se ha empezado a desdibujar. No necesita ser transitado más porque ya se ha tragado los pasos de montones de personas que alguna vez, vislumbraron, otro país.

El camino nuevo se empieza a entrever como un espejismo. Uno que quiere tener un horizonte despejado y un rumbo, aunque sinuoso, con un fin claro: darle a nuestra nación, a nuestro estado, una nueva configuración en la que quepamos todas y todos.

Me inquieta sin embargo, el excesivo optimismo y esperanza, en algunos connacionales. Hombres y mujeres que creen que un cambio de presidente, el tener un nuevo habitante en el Palacio de Nariño, con ideas de izquierda y nociones de un desarrollo más equitativo y justo, vaya a cambiarlo todo. Los cambios que necesitamos van más allá de quien se siente en el poder por los próximos cuatro años. Requieren una construcción desde lo micro, lo local, lo personal, se necesitan cambios a escala humana (utilizando el concepto de Manfred Max-Neef), que nos permitan revisar lo que hemos llamado política, economía, desarrollo, justicia, equidad, diversidad, etc.

Me alineo entonces con la posición cautelosa de quienes insisten que la construcción de un país en paz, es una tarea no solamente de un gran líder de masas, sino de las masas mismas comprometiéndose a participar en las calles, en lo local, en el pedacito que les corresponde. La nueva Colombia depende entonces, no de un certificado electoral que nos acredite que votamos sino también de creernos agentes de cambio en la cotidianidad, en cualquier escenario del diario vivir. Por ello, sería interesante que adoptaramos una afirmación diaria, como un mantra, que dijera: "tengo el poder de cambiar las cosas a mi propia escala, en mi propia vida"Si lo que queremos dejar atrás es una cultura de corrupción y clientelismo, hablemos de estos temas en los círculos personales y familiares; discutamos las maneras que hay para combatir estas prácticas en el día a día. No esperemos a tener al presidente que sea el adalid de la lucha contra la corrupción, para volvernos personas distintas. Este y otros flagelos, han permeado de manera sutil y no tan sutil, nuestras relaciones y comportamientos. Es en la cotidianidad, en lo personal, donde todo empieza: primero adentro. Todo adentro primero.



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