lunes, 18 de diciembre de 2017

Cuando sabemos que estamos entre países, entre mundos, entre ...

Siempre después de un viaje hay una época de euforia que puede durar o terminar abruptamente. La nostalgia por lo que dejamos atrás puede invadirnos. O sencillamente, la sensación de un eterno desacomodo, nos persigue. Qué es? Estamos de nuevo en nuestro país y sus rituales. Las rutinas que conocemos y nos resultan fáciles. Vivir en el propio origen, donde se supone que está enterrado nuestro ombligo, se siente como "pan comido".
Entonces por qué nos acechan los recuerdos, las memorias, las imágenes de otras geografías?
Entrar en un modo volver necesariamente implica ajustes.


Hemos estado en otro lugar, hemos sido visitantes de otra cultura que nos ha mostrado su cara y la hemos visto para bien o para mal.
Quedan las fotografías, las conversaciones, las observaciones, las anotaciones, las vivencias, las sensaciones que no se pueden describir todas en una entrada de blog.  Recibimos, como un nuevo impulso para volver a asumir lo que llamamos nuestra propia cotidianidad.
En este tránsito me encuentro: viendo lo que dejé con ojos nuevos y, extrañando lo que de mí se quedó en otra parte.

Empiezo a sentir mi ciudad, su latir, las vibraciones, las relaciones, las agradables ráfagas de viento al atardecer tan características de mi Cali, y claro, lo disfruto todo. Sin embargo, empiezo a reconocer también que algo no está más quizás porque nunca ha existido.
Las calles en mi país, están totalmente tomadas. Lo que se llama vía pública, en Cali, es un bazar donde cada persona, se posesiona y emprende un negocio, de ventas. Venden dulces, empanadas, minutos, loterías, venden hasta a la madre, como usualmente, se bromea. 
Otro aspecto que noto es que somos completamente irrespetuosos con el otro. El otro, llámese peatón o peatona, conductor, es alguien al que no importa, si le tiramos el carro, o si le pitamos e insultamos, hasta el cansancio, porque es así como es y siempre ha sido.

Uruguay es un país en el que al peatón se lo tiene en el primer lugar. Las personas al volante nunca pitan, las calles no son un bazar y hay cierto sentido de espacio que no le pertenece a nadie porque es de todos y todas.
La nostalgia de lo que ya pasó, se puede transformar en tristeza o en depresión. En mi caso, no será así. Estoy en el aterrizaje a mi realidad que siempre puede ser transformada. Igual, si no la puedo trasnformar, me pertenece y puedo aceptarla o dejarla ir, con una sonrisa.


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