viernes, 1 de diciembre de 2017

Entre el "matahambre" y la fauna humana


Tengo hambre, sueño y dolor en las lumbares o espalda baja. Como quien dice estoy entregada a las necesidades básicas y primarias que algunas veces te plantea tener que pasar unas horas en un aeropuerto entre conexiones. Entregada a los instintos con deseos de comer, dormir y/o tenderme en el piso no a rezar (Nada de "Comer, rezar y amar"), sino a intentar un asana como Adho Mukha Svanasana decido no hacerlo porque si lo hago  me quitan el lugar en una cómoda poltrona de la sala de espera del aeropuerto internacional Carrasco...dilema. Decido seguir endilemada con dolor, sueño y hambre.  Para el dolor, recuerdo que tengo en mi kit esencial viajero de Just, Oil 31 y me aplico en la región de la baja espalda. Ahora me caería perfecto, un "matahambre", simpático nombre para una entrada en los menús uruguayos. Risas.

En los días pasados la experiencia hostel, estuvo muy particular. Guardé quietud y reposo por un día completo y resultó que esto trajo un encuentro con el otro género. Sí. Con los hombres que hacen parte de la fauna humana variopinta que se aloja en hostales como en el que de manera intermitente me estuve alojando en Montevideo. La escena rueda así: Un hombre del Brasil de nombre extraño empieza a cocinar en la cafetería colectiva o mejor en la cocina comunitaria, porque sí, en los hostales, los hombres cocinan, jajajaja. Yo estoy escribiendo en una mesa y él cocinando, qué encuentro!. Cuando los olores del ajo, la cebolla y el tomate empiezan a volverse efluvios, manantiales celestiales a mi nariz, no puedo evitar desconcentrarme de lo que hago y decirle: " huele bien". No sé si él lo interpretó como una coquetería o un avance. Era totalmente cierto. Vuelvo al oficio de escribir y la próxima vez que levanto la mirada, veo una mesa puesta para dos, con una deliciosa ensalada y unas verduras adicionales salteadas que se ven provocativas. El hombre de contextura gruesa y bajo, de unos 60 años, me dice en un español enredado, que si me puede invitar a comer con él. Aleluya...qué maravilla, dichosa acepto.

Como era el día del reposo y de no tener que hacer ninguna cosa, me siento a manteles con la intención de disfrutar la buena mesa y la conversación con él. Lisley me cuenta que es de un lugar al sur de Sao Paulo con nombre de fruta, que no registro porque mi paladar está entretenido degustando el dulzor de la cebolla frita. Nos enfrascamos en un "bate-papo" que termina cuando el tiene que salir a buscar transporte colectivo para el aeropuerto internacional Carrasco.

Con su partida y en mi regazo un regalo que el amablemente hace, como sus últimas provisiones de alimento y una botella pequeña de aceite de oliva, me pongo a pensar y a reflexionar. Y paso entonces una tarde enfocada en ver el desfile de la fauna internacional en clave masculina: el surfista-niño que busca olas gigantes, el inmigrante que se quiere trasladar a un tercer país dejando atrás aquel donde ha buscado refugio, el que compra y el que vende carros de colección, en fin, hombres.

Con ellos vienen sus historias de vida y con ellas las nacionalidades que terminan imprimiendo una cierta marca cultural  a su comportamiento que en algunos casos, destaca. Entre los especímenes más reconocibles registro aquí el encuentro con dos españoles quienes como cosa curiosa son a los que menos les entiendo cuando me hablan el idioma que nos debería unir, el español. Uno de ellos me ha contado que es del norte de España y que viene a comprar autos de colección en Montevideo para llevar a Brasil donde vive ahora. Está "atrapado" en el hostal sin cerrar el negocio porque alguien que había quedado de llegar todavía no aparece.

Entre frases que van y vienen, entre estos dos españoles, comentan lo del negocio de carros. "Hay que apurarse porque ya han venido los alemanes y se están llevando todo". De inmediato, en mi mente, aparece otra conversación propia de fondo histórico. Una en la que intervengo y quizás, digo: " Qué raro...primero vinieron ustedes en 1492 y de aquí se llevaron casi todo y ahora en 2017 se lamentan e igual se siguen llevando cosas no sólo ustedes, sino los alemanes?".  Me controlo quedo en silencio y me quedo con mi diálogo interior envuelto en sonrisas.

Aparece también la conversación sostenida con un hombre que dice llamarse Raúl que tiene en su acento la musicalidad esa hecha como de porro, que resulta ser de Venezuela. Raúl al saber que soy colombiana me dice que hace un tiempo estaba trabajando en la co-producción de la mítica " El abrazo de la serpiente" y a mí, este hecho me pareció una verdad de dudosa procedencia. Ante lo cuál aquí con menos suerte, le suelto: " Para creerte...". Ayyyyy, "qué hice?".

Raúl no se lo tomó mal o como nada personal sino que sacó su celular para abrir y mostrarme la "prueba reina": una foto en la alfombra roja en la entrega de los Oscar al lado de Ciro Guerra y del reparto de la película. Uuuuy, tuve que reirme a carcajada plena porque mi impertinencia dio lugar a la contundencia hecha imagen. Que me perdonen los españoles, pero entre los brasileros, venezolanos, australianos, uruguayos que conocí ellos son los más planos y aburridos de toda esta fauna humana. Y me sigo riendo.

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