miércoles, 3 de junio de 2020

Bendita tristeza en tiempo absurdo

No sé de qué está hecha la tristeza. Cuando llega a la vida es mejor darle una gran bienvenida y dejarla ser. Dejarla que invada cada respiración y cada paso. Que se aposente y te cubra como una fina capa de lluvia que se va deslizando. Una suerte de baño necesario. Por estos días, la tristeza ha decidido instalarse un poco en la vida. 
Las noticias en mi pequeño país (exterminio sistemático de liderazgos sociales, corrupción, presencia de militares extranjeros en no se sabe qué misión, economía en franca recesión, etc.) la invitaron a desplegarse. Luego entre las historias que cotidianamente se recapitulan en la sección internacional de los noticieros y las redes sociales, ese despliegue inicial de fina lluvia, se convirtió en un pesado manto, un torrente que lleva a muchas preguntas ( "I can't breathe", George Floyd).  La principal de ellas ¿por qué es todo tan absurdo e injusto?

El tiempo del absurdo llegó a acentuarse con este miedo feroz a un virus y de allí, adquirió dimensiones demenciales y apocalípticas. El 3% de la población del país, que es de 50 millones de habitantes, estaría en riesgo de morir por el pequeño intruso ( o debo escribir el pequeño maestro). Eso en números redondos equivaldría a 1.5 millones de personas que debido a complicaciones severas podría dejar de respirar de repente. Terror. El terror ronda la tristeza.

Sin embargo, hoy salgo a caminar la ciudad después de 2 meses y medio de no hacerlo y veo una urbe adormecida, despertando de su letargo.  Las vías principales sin caos vehicular, a excepción de "una marcha de hambre" motorizada, protagonizada por los conductores de los pequeños buses, o micros, que se declaran en estado de S.O.S., por no tener trabajo, y por ende, no tener cómo soportar a sus familias en el diario vivir.



Los locales comerciales, en su mayoría cerrados. Los pocos que hay abiertos, con maniquís afuera y adentro, tratando de remedar una multitud inexistente. El servicio de transporte masivo sin montonera de gente, como siempre lo hemos soñado. El conductor detrás de una pesada cortina transparente para que no le llueva la bendita tristeza encima. Indolencia de maniquís veo entre los seres humanos ante hechos en los que deberíamos saltar cual lámina de ajo en sartén caliente. No trepidamos más. ¿Nos hemos acostumbrado? Segunda capa de tristeza.


A veces tienes que dejar sencillamente que la tristeza y el absurdo te invadan.  Y aunque el corazón se agobia y la bruma de la melancolía te cubre, el sol sigue allí estallando contra la hierba. El árbol sigue firme. La montaña imperial trae murmullos de viento y cantos de pájaros que viajan en manada.