Caminando por los
andenes, si vamos mirando, encontramos toda suerte de artefactos. En días
recientes me he dado cuenta que hay montones de diminutas partículas de espejo
en muchas calles, lo que me ha llevado a preguntar: ¿no será que en esta ciudad
caminan muchas personas paseando su mala suerte por aquello de ir quebrando
espejos mientras pasan? O serán, sencillamente la prueba que alguna comparsa participando en nuestra gran fiesta
anual -la feria de Cali-, dejó por allí tirados los pequeños recuerdos de sus
trajes estrafalarios hechos de luces y lentejuelas?
Como quiera que
sea inmediatamente estas mini-partículas se unen y empieza a hilvanarse el hilo
para esta cuentería. Tenía una historia
pendiente que mencioné en mi pasada entrada. La de Leonor, mujer a quien
fugazmente conocí en mi hora de almuerzo ya hace una semana. Ella, sin
pedírselo yo, me contó parte de su relato de vida. Leonor es una mujer que vive
en un barrio de las afueras de la ciudad, Los Alcázares. Ella tiene una
relación de pareja desde hace 12 años que se ha ido deteriorando y un hijo de
19 años de una relación anterior, quien describe como el "sol de su vida".
Leonor trabaja
incansablemente para ser la proveedora número uno de su hogar. Ella, me dice
con orgullo, que tiene una casita con todo porque lo ha comprado a punta de
trabajar y trabajar. Estos bienes adquiridos con el sudor de su frente, los
disfruta en familia con su pareja e hijo. Cuando le pregunto y ¿qué hay con su
compañero? dice que la relación no está bien y que ella cree que “allí ya no hay
nada”. Sin embargo, hace poco ella, quien cree no querer a su compañero
sentimental, hizo un préstamo para comprar un carro… “para ver si él lo
trabajaba…y ni así. Es un mantenido”, concluye.
Después de un
cómodo silencio, sin que la nube del desamor cruzara o hiciera nido en su
mirada, Leonor empezó a hablarme de su hijo quien está estudiando algo (no recuerdo
qué) y me enseñó sus fotos. Veo a un joven que usa frenillos y que irradia
salud y “buena pinta”. Cuándo estamos casi despidiéndonos, me pregunta y usted,
¿tiene pareja? En un ejercicio de la reciprocidad en la comunicación con
extrañas que he venido desarrollando, le comparto que mi último intento de una
relación lo había tenido hace ya 3 años, y para cuando percibí las señales, que no iba a funcionar
porque no era el hombre que había inicialmente pensado, la había terminado; ella me alaba: “Usted
sí que tiene autoestima, la felicito”. Fin de la conversación.
La vida de muchas
mujeres en relaciones que SON y NO SON, se parece a fragmentos de espejos rotos:
no sirven para mirar la imagen general de quiénes son ellas y de lo que son capaces
de hacer, una vez deciden finalizar la relación que no funciona. Me parecen mujeres que lentamente se acomodan en la isla del
“estoy-bien-así-aunque-no-haya-amor-porque-estoy-acompañada” y sin dificultad
alguna (ojo sin ser psicóloga me arriesgo a lanzar esta hipótesis chapucera),
“desplazan” o “transfieren” esa energía
amorosa no tomada por la pareja, en el “otro” hombre de sus vidas: un hijo que
aprende a través del ejemplo, cuál es la dinámica para convertirse en un ser
“mantenido” en el futuro.
Las mujeres
podemos. Cuando nos proponemos, logramos. La mayoría de las veces cargamos,
como el Atlas, el planeta entero a nuestras espaldas lo cual nos hace valientes
y vibrantes. Pero esto no niega que haga falta empezar a revisar y cambiar la forma
en cómo las cosas están hechas y la manera en la que estamos ayudando, a
diseñarlas. Por eso, siento que dentro del inmenso mundo femenino potente,
activo, hay mucho que las mujeres como Leonor tienen que construir,
deconstruir, romper, recomponer, desarmar, volver a ArMAR. Un poco me lo imagino
como un constante parirse a sí mismas, pareciéndose, con cada nuevo nacimiento,
a lo que hay más allá del fondo del espejo.