Desde el 25 de Noviembre de 2019, estoy con este escrito inconcluso. Lo pensé como posible tema para hacer una reflexión en torno a una jornada que se celebra a nivel internacional, en este día, el 25, conocida como el día internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. El punto es que he estado bloqueada. La velocidad de los días corriendo hacía un nuevo año, al final no ha servido. Nada realmente ha cambiado. Seguimos en una especie de locura concentrada y colectiva. En los remolinos espesos internos en que te coloca un estado así, echas mano de lo que se conoce en el mundo de la psicología, como tu fuerza interior, para darte cuenta que, salió de vacaciones sin aviso. Intentas entonces hablar con otros y otras. Nadie. Entonces, te decides. Hay que seguir intentando recuperar la voz, la palabra. Es el momento de no tener pendientes.
Escribo siempre sobre escenas que veo al viajar o,
ahora, en tiempo de cero movimiento o cruce de fronteras, sobre la cotidianidad. Intentan ser postales de paisajes humanos que encuentro al caminar la vida. Esta postal, la encontré, en un centro médico acompañando a la
madre.
Una mujer que está en la misma situación, es decir, acompañando
un varón de edad media quién usa muletas, habla por celular. Tienen, el señor
de las muletas y ella, una interacción de palabras tensas como los hilos de un
instrumento musical afinado a punto de romperse. No alcanzo a escuchar lo que
dicen, sin embargo, percibo la tensión. Al salir minutos después a la calle, el
hombre, ante el asombro del público general reunido aleatoriamente en la sala
de espera, arroja al piso papeles y documentos en un arrebato de furia.
Nosotros, su público cautivo, vemos la escena. La mujer que está sentada a mi
lado derecho, reacciona; habla alto y dice, a nadie en
particular, lo siguiente: " ¿Usted cree esto? Yo de ella lo dejaría
aquí sin ayuda y hasta le pateaba la muleta". Con gesto y voz firme sigue exclamando:
" Yo tengo dos hijos varones y a ellos les he enseñado a ser respetuosos
con las mujeres". En tono más confidencial me cuenta: “Yo salí muy joven de mi
casa y me vine para aquí (se refiere a Cali) para no llevar más los maltratos en
mi casa. Y me propuse que a mis hijos varones les iba a inculcar que a las mujeres no
se las ofende ni se las toca con el pétalo de una rosa". Le pregunté de
donde había migrado. Y me contesta que del departamento del Huila. De
allí como un tema murmullo, salgo del centro médico, sentipensando en cómo las mujeres
han, en muchas ocasiones, optado por la huida cómo destino para sus vidas.
Huir o escapar para no seguir soportando el peso de un golpe, una agresión
verbal, sexual, económica o simbólica.
Y de este día a hoy (hace un mes y 20 días), ha
cambiado el número de año, sí. La violencia machista, se ha exacerbado, sí. Las
mujeres en relaciones violentas, por la cuarentena, no han tenido a dónde huir.
Una pandemia como esta, supone consecuencias fatales para las mujeres porque el
virus de la violencia machista, sigue perpetuándose con impunidad, sin vacuna
a la vista.