En Luanda, las mujeres están como Dios: en todas partes. Ellas son las que ofrecen el cambio en las calles. Las que venden la fruta, las que ofrecen en unos aparatejos que son una mezcla de sombrilla y tendero de ropas, desde los brassier hasta los zapatos de moda, en fin, son las vendedoras y la venta ambulante.
Hoy me desperte ya en mi nueva residencia en la parte conocida como la Ilha, y mientras salía en el carro de la organización, a recoger unas cuadras más abajo a otros compañeros, fui afortunada. Me tocó el momento en que las mujeres corrían de la playa al transporte público con su recipiente de plástico en la cabeza, lleno de pescado a las plazas públicas, los mercados y los comercios más al interior de la ciudad. Y digo que me tocó de manera afortunada ver este momento, porque son mujeres, fuertes. La vida les ha hecho fuertes. Algunas corren con el platón de pescado en la cabeza y el niño o niña a cuestas en una especie de envoltorio que se hacen quedando con él o ella, en la espalda, profundamente amarrado y fijo, en la curvatura entre los hombros y el comienzo de las nalgas. Me tocó también ya ver,en otro momento, y lugar de la ciudad, cómo una mujer joven, recién bajada de un bus, hacia el ritual de envolver la carne de su carne y sangre de su sangre, en todo un esquema de nudos y recogidas de las telas africanas que terminan armando, el más perfecto "morralcito" humano en sus espaldas. Hubiera querido tener una cámara conmigo. O quizás no, porque ahora tengo todas las fotos dentro de mi cabeza. Este día ha traído la confirmación que la vida cerca al mar es más sabrosa. El fin de la jornada, estuvo a pedir de boca. Salí a trotar con un joven de Tanzania que se hospeda donde estoy alojada, enfrente del mar y a un atardecerr monumental. Todavía quedan muchas más imagenes, trotes y atardeceres para disfrutar en Angola!
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