Soñamos con viajes interplanetarios, con viajes
astrales y, quizás, con tele-transportarnos. Nuestra imaginación que puede con
todo nos alienta. Algo que quizás no hemos intentado lo suficiente, es viajar mientras estamos de viaje. Y no. No
estoy hablando de las medicinas sagradas como el yagé o ayahuasca. Nombro así a
aquellas experiencias viajeras en las que dentro de un viaje dialogas con otras
personas, quienes están de viaje también, y en ese cruce de historias y
exploración de realidades, te hacen emprender nuevos rumbos.
Este telar de relatos tejido con personas que habitan
otras latitudes mientras viajas, te permite dar una mirada a tu mundo,
visualizar una perspectiva del suyo y converger o divergir en lo esencial de
quién eres y cómo vives.
A veces dicha oportunidad entre viajes, deslumbra. Otras…no
tanto.
Me acaban de pasar ambas cosas.
Deslumbrante.
En la primera semana de mi viaje actual, compartí con
personas que viven en un tercer país, quienes migraron hace más de 20
años de Colombia buscando nuevos horizontes. Entretenida me entero sobre
cómo allí, en Francia, país que está en paro y tiene movilizaciones desde el año
pasado, hay personas que al vivir en municipalidades comunistas, reciben un
"carrusel" de derechos sociales por el simple hecho de morar allí. Es
decir, por vivir en dichas comunidades, estas personas ven la cristalización de
muchos de sus sueños de modo pleno. Tener acceso a vivienda de modo gratuito o
a muy bajo costo, derecho a la educación para sus hijos e hijas y a la salud
propia, subsidiados, son algunos de ellos. El punto es que estas
municipalidades "rojas" como se les conoce, no son todo Paris. Y de
allí, el clamor general de una ciudadanía que despliega su inconformismo
frente al status quo; una ciudadanía que sigue "rebelándose" porque se
siente vulnerada ante la disparidad y el desequilibrio imperante. La magnitud
de su insatisfacción, transformada en protesta y resistencia, se vuelve huelga,
plantón y movilización en calles y bulevares, exigiendo mayor libertad
política, igualdad y el fin de la multifacética y camaleónica corrupción.
Alarmante.
Foto: SandraE! of course |
En la última semana, pude conversar con una
mujer de Honduras quien al comentarle que, años atrás, por razones de trabajo
había vivido en este país, compartió conmigo algunas palabras durante su
recorrido en el metrorail o transporte masivo de Miami, Florida. Cuando
pregunté qué tal estaban las cosas en su país, me dijo con una sonrisa
melancólica, " muy mal". Mencionó la falta de trabajo, la violencia
generalizada por la presencia de maras[i]
y grupos de delincuencia común, y la corrupción en la policía, como los
principales males que aquejan a las personas en estas tierras. “Los mareros
están asociados con las fuerzas de la policía. Porque ¿cómo se explica que las personas que ponen denuncias
cuando son atacadas por estas pandillas, luego aparezcan muertas?". Al
final, me habla, o mejor, me confiesa, que teme por su hijo joven quien se
encuentra allá todavía; aunque le pagó sus estudios y los terminó, no encuentra
un trabajo con un salario digno. "Yo le he dicho: mejor quédese en la casa
cuidándola y yo le mando dinero".
Viajas entre viajes. De la orilla del asombro al mar
de la desesperanza. Qué contrastes y
ribetes de realidad tan diversos existiendo al mismo tiempo! Y podrían surgir
infinidad de preguntas ¿qué tendría que hacer una sociedad como la hondureña
para estar como la sociedad de la tierra de la liberté, egualité y la fraternité?
En un momento las historias convergen y sabes desde dentro, que entre Francia y
Honduras hay más trecho que el océano Atlántico.
[i] Maras, forma de pandillas
originadas en los Estados Unidos que se han extendido a países como El
Salvador, Honduras y Guatemala. En https://en.wikipedia.org/wiki/Mara_(gang)
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