No sé cuánto de
este ejercicio de la escritura viene del reflejo o de la pasión. Como quiera
que sea hay días en los que sencillamente sientes que estás que te escribes y
punto. Hoy es uno de esos días. Más cuando es viernes y, aunque la mitad del
día ha salido dentro de la agenda planeada, la otra mitad, sin saber a ciencia
cierta por qué, empieza a desmoronarse. Todo corre mal. Hacen su aparición como
en un teatro del absurdo, toda suerte de obstáculos e inconvenientes, malabarismos
sincronizados en los que las personas que se habían comprometido, te refieren o “pelotean” a
perfectos extraños para hacer el trabajo que con antelación había sido pactado.
En ese momento y como por instinto sabes
que tienes que lanzarte a la página en blanco y hacer catarsis. Debes encontrar
ese pedazo del mundo en el que estas contigo misma y no existe sino el teclado,
la pantalla, el aire rodeándote, la palabra rondándote y tratando de nacer con
sentido completo, para darle un giro a tu día. Palabra-SALVAdías, palabra-aspirina, palabra-en-caso-de
emergencia-rompa-el-silencio.
Ni sé bien por
dónde empezar. Ha sido una semana peculiar. Primero, he sido invitada
por una prestigiosa universidad de la ciudad a hacer parte de un grupo de
panelistas en el tema (más o menos) “Relaciones hombres- mujeres: ética, poder y sexo”.
Segundo, me ha tocado presenciar un quasi-asalto en uno de los articulados del
transporte público y, por último, hoy he conocido a Leonor en mi hora de
almuerzo quien sin pedírselo, me contó su historia.
¿Será que las
personas que nos dedicamos a escribir, sin proponérnoslo, nos volvemos
magneto de situaciones y personajes que anónimamente quieren volverse relatos?
En el paso rápido de las páginas de mis días, tengo que contarlo:
Rechacé la oferta de la universidad. Y lo hice porque no me considero
especialista en el tema. Tengo un punto de vista, claro. Inclusive he asumido
una postura al respecto. Sin embargo, la imagen de estar en un auditorio
compartiendo mesa de panel, con personas expertas
vino a mí como en una visión premonitoria, y me hizo sentir incómoda. Igual
si hubiera participado habría terminado haciendo de todas las intervenciones,
la más corta. Habría dicho algo como: “Buenos días. El tema que nos convoca
hoy, las relaciones hombres- mujeres: ética, poder y sexo, me trae a la
memoria el chiste
clásico en el que dos amigas están conversando y la una pregunta a la otra: ¿Oye,
cómo te fue en el divorcio? y la aludida contesta: “Él se quedó con todos los
bienes y yo con todos los males”…pues bien, este tema, es más o menos lo mismo.
En la repartición de esta sociedad tan justa (sonrisa sarcástica),
parece ser que a las mujeres nos han endilgado tener ética y a los hombres se
les ha adjudicado tener todo el poder y el sexo ...que quieran”.
La verdad nada muy académico. Risas.
En el relato relacionado con el asalto en el bus, las circunstancias rodeando el hecho, fueron bizarras y me llevaron a enfrentar una realidad que no había reconocido y es que, las
mujeres también cometen hurtos y delitos.
Esta mujer en sus 30 años, roba a un hombre más joven quien
percibió la fechoría cuando ella le extrae un celular del morral. El hombre la
confronta a gritos para que se lo devuelva ante la mirada de las 30 personas
que estábamos en el bus. La mujer al principio niega tenerlo, pero ante la
persistencia del afectado, le toca entregar el botín. Lo extraño es que el
incidente que duró unos pocos minutos dejó “hipnotizados” a todos los usuarios
de este medio de transporte, porque ninguna persona, pareció reaccionar ante la
mujer la cual continuó en el bus como si nada hubiera pasado. Nadie parecía querer hacer nada, ni siquiera el
afectado.
El evento es extraño
porque pocas veces vemos a las mujeres en el rol de delinquir. Desafortunadamente la vida y las circunstancias de desigualdad en nuestro país, arrinconan a algunos hombres y mujeres y los lleva a cometer actos no muy santos, como estos.
Terminaré aquí citando a Fernando Pessoa en su Livro do desassossego: “Sabe acaso alguém o que é
certo ou justo?”. Yo tengo una idea. Será la misma para todo el mundo? No creo, no sé, no respondo.
Benditos los días que se desmoronan.
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