sábado, 8 de abril de 2017

De mundos y micro-mundos: La UNAM

Estar en contacto con otro espacio físico y geográfico tiene el poder de hacernos salir de nuestra "zona de confort". Exploramos y circulamos mundos nuevos, que nos permiten redefinir y alinear los propios. Mundos que, claro no son perfectos. Hay mucho que aprender y desaprender.
Con esta lente me enfrento a mis días en el D.F. Aún con las imágenes de Cholula y Puebla prendidas en mi retina, me decido a explorar la sede de la universidad más importante de México: la Univerdad Autónoma de México, UNAM. Me voy a hacer un recorrido por la ciudad universitaria que fue fundada en 1910. El campus, uno de los más grandes del mundo, aterroriza a los propios estudiantes que sin saber bien por qué, me preguntan a mí, foránea total, perdida en la inmensidad de este lugar, dónde quedan las facultades que requieren. Con una sonrisa amplia, les digo que estoy de paso y más bien necesito que ellos y ellas me guíen.
Los edificios están dispersos y las señales que deberían orientar, intrigan. Me lanzo a preguntar a un joven con cara de buena persona que está en un sitio parecido a un paradero, porque el campus es tan grande que hay rutas de buses dentro de las instalaciones para movilizar de un lugar a otro a los estudiantes. Yo no sé muy bien, dónde estoy y al consulturle al chico, si sabe donde queda el "espacio escultórico" que es donde quiero llegar, me responde rápidamente que no está seguro porque él solo toma clases de gimnasia allí. No es alumno todavía, es aspirante y por eso, se prepara tomando un curso  que dura la media bobadita de tres años. Sí, TRES años. Instintivamente salto con él, al bus que toma, para poder tener unos minutos más de conversación. Me cuenta que el año pasado se presentaron 180.000 estudiantes para tener ingreso nada más un total de 25.000 estudiantes. Ufff, ardua la tarea. Me comparte que quiere estudiar economía. Cuando descendemos porque el quiere mostrarme dónde puedo yo comer - me señala unos puestos informales de comida de calle, todos atestados de jóvenes devorando tacos - me despido agradecida. A los pocos minutos tomo otra ruta que sí me lleva a mi destino, en medio de estrujones, porque el camión está a reventar. Son muy congestionados los buses.Tanto, que hay una cantidad considerable de taxis patrullando y haciendo las carreras de los que no quieren llegar tarde a sus clases o estrujados a sus presentaciones.
El chofer del bus o camión me hace una parada extraordinaria para permitirme bajar allí justo donde voy: El espacio escultórico. Esta área ofrece un paisaje desértico de un lado y del otro uno parecido al de una zona bosquosa. Llego con el sol recalcitrante de las 12 del día y empiezo a caminar por unos 20 minutos, haciendo el recorrido a través de algo muy parecido a un sendero árido hasta llegar a esta obra colectiva que se inauguró cuando la UNAM cumplió 50 años de fundada.
Es un círculo con unas estructuras de concreto pesadas parecidas a triángulos o a unas grandes pestañas apuntando al cielo. El boquete que el círculo delimita según entiendo, presenta formación de piedra volcánica. Tiene entre algunos triángulos partes más amplias, simbolizando los  cuatro puntos cardinales.



Es mediodía, y yo casi incendiada decido escalar una de las estructuras para hacer una imagen...luego al bajarme, tuve que hacer buen uso de todo mi equilibrio y fuerza, para no lastimarme. Salgo del lugar, convencida que hay mucho más por ser descubierto en este sitio, donde pareciera que una herida de la tierra y la creatividad de unos cuantos se encuentran.
Entre la zona de la escultura y el lugar donde decido pasar la tarde, el Centro Cultural Universitario, hay unos cuantos bloques de edificios con una arquitectura modular impecable que logran armonizar con la naturaleza circundante. Busco donde descansar del sol y, a la vez,  donde alimentarme. Encuentro el restaurante llamado Azúl y Oro que ofrece un menú vegetariano por USD$ 4.5 que me deja totalmente restablecida para la jornada que me espera: Museo Universitario de Arte Contemporáneo, cine y regreso a casa.


Como nota particular, me impresionan las exposiciones montadas en el MUAC:  "Reverberaciones" donde encuentro las claves para conocer cómo el sonido se vuelve arte y  "Kindergarden" de Gregor Schneider. En esta última, la cual es una sala totalmente a oscuras que ofrece al visitante una serie de puertas que se abren a espacios totalmente cotidianos como un baño donde el agua de la ducha cae suavemente, o a un cuarto con la cama pulcramente tendida, siento que la oscuridad, oprime. Por fortuna, el estado de pasar de esta oscuridad "avasalladora" a otra menos asfixiante como es la de la penumbra de la sala de cine Julio Bracho toma nada más, cruzar un corredor y bajar una escalera. En esta sala equipada de cómodas sillas, aire acondicionado y una excelente proyección de documentales dentro del festival Ambulante 2017, me siento agradecida, maravillada y gratamente impresionada por todo lo visto y lo que no se ha dejado ver en esta pequeña trayectoria. Larga vida a esta alma mater y a mi.




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