Ayer estuvimos en la última clase de yoga del 2017 en Ama Yoga. Asistimos pocos porque en estas fechas la mayoría de las personas tienen montones de compromisos familiares y comunitarios que les hacen no querer estar en posturas como " perro mirando abajo" ó Adho Mukha Svanasana, sino en posiciones más gratas como "humana sentada en sofá" cantando villancicos antes de comer natilla y buñuelos. Risas.
La última clase estuvo rítmica, dinámica y difícil. Muchas posturas que hacía tiempo no realizábamos y algunas nuevas, se fueron planteando en la secuencia a cargo de Ana María Palau, la profesora que ha hecho que se consolide nuestro grupo de yoginis en Cali. Siempre hay una población estable y una itinerante entre las que asistimos. Soy de las fervientes y entusiastas que desde hace años, nunca falta a la cita, a menos que me encuentre viajando.
En el yoga hay dos momentos claves para mí: el inicio con una meditación que nos lleva a aterrizar en el presente y, una vez en este lugar, "sembramos" una intención en la práctica que resuene durante toda la clase; y el cierre, en el que hay un tiempo de relajación/meditación y agradecimiento a nuestros cuerpos, a nuestra sintonía con la respiración que se vuelve conciencia. Esto va seguido de un canto de Om Shanti Shanti Shanti.
En el día de ayer mi intención estuvo dirigida especialmente a todas las mujeres del mundo para que durante esta época no se dejen arrastrar por el frenético ritmo que hay impreso en los días navideños. Pensaba en nosotras allí y me parecía fácil imaginar que estábamos en un oasis mientras el resto del mundo sucumbía al marasmo.
Mi meditación final - que siempre incluye la petición del fin de la violencia en el mundo - ayer tuvo un toque especial. Pedí que todas en este tiempo, podamos "bajarle" a la agitación. Ojalá y nos propongamos parar la carrera loca del consumismo y, decidamos, regalarnos, tiempo, palabra, alegría. Vida compartida.
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