sábado, 1 de septiembre de 2018

Vipassana o estar en un eterno "perro mirando hacia abajo" ( Adho Mukha Svanasana)


En el comienzo hubo emoción, alegría y expectativa. Era el mediodía del 09 de Agosto de 2018 y estaba en la parte trasera de un vehículo jeep con Eva Corzani, mujer francesa, recién conocida en el camino a Vipassana. Entre brinco y brinco en la ruta, pensaba en la nada. Aunque sentía que estaba en buenos pasos, no podía fijar la mirada sino en los dos morrales casi idénticos de Eva y mío. Por los morrales, nos conocerán. Ella y yo en el Parque del pueblo Guarne, nos saludamos porque nuestros equipajes, nos delataron: "ibamos para Vipassana".

Llegamos después de una subida algo empinada a la finca donde se iba a llevar a cabo el retiro de silencio de diez, en realidad once días y, por la hora, había poca gente todavía. Los organizadores apenas disponían las mesas que iban a ser el centro de inscripción y el sitio donde iríamos a desprendernos de todo aquello que nos conectaba con el mundo externo por el lapso de tiempo que duraba el retiro. 

Días después, como en un salto en el tiempo, en realidad nueve días para ser más exacta, en la misma carretera, otra hora, bajo el hábil timón del señor Horacio quien me lleva de vuelta a la realidad, yo respiro aliviada. El señor Horacio, me interroga en su cadencia en la voz "paisa" (se dice de la música con la que hablan los habitantes de Antioquia y otras regiones de raigambre cultural antioqueña) y con una sonrisa en los ojos: " y entonces qué...le pudo el retiro?".

Me pudo el retiro Vipassana, lo admito. El tiempo de estar allí sin esfuerzo y con entrega, fueron 7 días. Los días siguientes, dos más, fueron un poco, el caer en una postura o asana de yoga, eterna, como la de "perro mirando hacia abajo" con mucha dificultad, sin realmente poderme enfocar y claro, emprendiendo el camino a una resistencia que terminó convirtiéndose en un malestar físico y emocional intenso.

Vipassana, como se conoce a una de las técnicas de meditación más antiguas de la India, me dejó muchas conclusiones. Necesito volver a emprender la ruta de la meditación con otra técnica; con una más afín a mi espíritu. Por ejemplo, la meditación Zen que realicé ya en el pasado con el maestro André Lemort, en el proyecto La Tierra en Cachipay, Cundinamarca.

No tuve con qué escribir ni llevar un diario de lo que viví. Sin embargo, hice mentalmente cada día un mapa de palabras claves que respiré por cada poro. Trataré de recuperarlas de manera aleatoria.

Cambio. El primer día me siento en una parte del jardín de la propiedad donde nos congregamos 40 mujeres de diferentes partes del mundo. Claro una mayoría rotunda de Colombia, y pocas mujeres de Francia, Estados Unidos, Alemania. Mientras pasan las horas, percibo el cambio de la luz, la caída del sol y la calidad del aire con el descenso de temperatura que ya anunciaba la tarde. Cuando me doy cuenta, estoy pensando, todo es cambio.
Este concepto que viví sensorialmente en estos momentos del jardín, luego se transforma en una de las columnas o pilares de la técnica de meditación vipassana que estaba a punto de aprender. Se llama "anisha" y hace referencia a la impermanencia que constituye la vida. La impermanencia, el cambio, está en todo. Se vuelve la constante en nuestra experiencia humana.

Volición. Esta palabra estuvo presente en una de las primeras conferencias que acompaña la rutina de levantarse, meditar, comer poquito, volver a meditar y dormir. La volición en nuestra mente es la cocreadora de lo que vivimos. 

Árbol. Cada día me detengo a contemplar un árbol y sostengo diálogos imaginarios con ellos. A veces, me gusta un pino, otras veces una palma amplia, otras un eucalipto. Definitivamente, me encantan los árboles y sus maneras tranquilas de estar. Al cuarto día, ya estoy sosteniendo estos mismos diálogos, con las gallinas, los pájaros, las vacas y las mariposas.
Foto tomada de https://elviajero.elpais.com
Hay una resonancia en las charlas del maestro Goenka quien es el que se ha encargado de la transmisión de la técnica. La referencia a cómo la vida de Gautama Buda, estuvo signada por los árboles. La iluminación le ocurre a Buda bajo un árbol, el árbol del Bodhi, que es ahora un sitio de peregrinación en la India. La muerte lo encuentra bajo un árbol.  Aprendo que Buda se iluminó a los 33 años y hasta los 80, cuando trasciende, se dedica a la transmisión de la técnica Vipassana.

Metáfora. Cuando llevo casi cinco días y empiezo a sentir, los dolores por estar sentada un tiempo de más o menos 10 horas al día, sin tener una rutina previa de tanta meditación, mi mente vagabunda empieza a construir preguntas y acertijos. Será que este dolor físico es una metáfora para el dolor mental y emocional que acumulamos en la existencia?. Poco a poco, la manera en que esta pregunta se resuelve, llega a través de una de las charlas del maestro. Estamos abordando la técnica de meditación para purificar la mente de tanto "equipaje" indeseable que hemos empezado a cargar. Para lograr esto, la técnica te lleva a la observación de las sensaciones todas impermanentes. Estas sensaciones al ser pasajeras, buenas o malas, no deben ocupar nuestra atención. Deben ser observadas con otro concepto clave, y quizás, la mayor de las enseñanzas de este retiro introductorio de la técnica: la ecuanimidad. La ecuanimidad es el resultado de no dejarnos arrastrar por las sensaciones, que se pueden transformar en emociones y éstas a su vez se vuelven pensamientos y cuando menos esperamos se transforman en sentimientos. Es decir, no dejarnos volver esclavos como seres humanos del entramado ni del cuerpo ni de la mente. El estado al que el o la aspirante a ser meditadora debe apuntarle es a uno en el que no lo domine ni la avidez (deseo de lo que nos da placer y nos gusta) ni la aversión (rechazo por lo nos ocasiona dolor). Si logramos ser ecuánimes, gravitamos en una suerte de mundo neutral en el que nunca estaremos a merced de lo externo porque todo lo interno, mantiene su equilibrio o balance.

Quiénes o qué somos. Escasamente llegué y pude saber algo de Eva y reconocer los rostros de las siete compañeras de habitación. Mi cama la E4 está en la parte baja de una litera que con los días me doy cuenta es la única que tiene una talla en madera bonita. Se supone que estamos allí para simular las condiciones de vida monásticas sin lujos ni excesos. El noble silencio es lo que complementa este ambiente de retiro y observación. Silencio absoluto, código de comportamiento con ningún contacto físico ni visual. Estamos cuarenta mujeres con sus actos de volición mental, intentando olvidar o mejor ignorando, que allí estamos. Nuestro comedor colectivo, es una mesa larga que da contra la pared y la mirada se extravía entre la pintura blanca y el plato. No podemos o no debemos, mirar a nuestras compañeras de mesa. Sin embargo, mi mente otra vez, juega al diálogo interno; ese que crea personajes y voces (a esto se le conoce como ser escritora). Y mientras me encuentro bajando del salón de meditación y veo a mis compañeras en fila por la rampa que conecta este lugar con la casa donde dormimos, mi mente dialogante me pregunta: "¿Quiénes somos?".
En una de las charlas del maestro de nuevo, algo que menciona, me lleva a cambiar la pregunta: " ¿ qué somos?". Somos un cúmulo de samskaras o "sensaciones brutas ...algo así como cicatrices karmicas" (tomado de artículo de A. Convers, "Cómo entrar en la lista negra del vipassana, febrero 21 de 2014, revista diners).

Crisis. Esta palabra aparece en mi vivencia hacia el séptimo día. Mi malestar va en aumento, sobretodo por consideraciones de la metodología y diseño de la jornada posterior al almuerzo. Despierto con la certeza de ya no querer estar allí. Cuando sostengo una conversación con la coordinadora de la actividad, y le manifiesto que quizás no estaba preparada y le pregunto cómo se prepara uno para este tipo de retiro, ella me responde: "Nada. No hay que hacer nada. Sencillamente querer". Entiendo que estas palabras como la voz del maestro Goenka, fueron maestras para mí. Ya no quería estar allí. Ya había cruzado la línea de no retorno, de comenzar a sentir que la experiencia aunque importante, había concluido en mi centro espiritual.

El "perro mirando hacia abajo" quería convertirse en una postura de "árbol" o Vrksasana, que es una postura de equilibrio en Yoga, en la que tus pies se conectan con la tierra y tus brazos con el cielo para decirle a todos tus sistemas que el cielo es grande y te sostiene tanto como el suelo que pisas. Por algo será que estas dos palabras se escriben tan parecido.


Namaste Vipassana, retiro introductorio de silencio, Guarne, Antioquia, Agosto 09 a 17 de 2018.

4 comentarios:

mrarciniegas dijo...

Experiencia enriquecedora como todas las tuyas, y dónde reafirmas que "el querer" es esencial, más aún en procesos tan íntimos y libremente elegidos.

Unknown dijo...

Experiencia maravillosa!!y enriquecedora.

Edgardo dijo...

Crisis, umm!, que buena palabra. Eso es enriquecedor, si hay crisis hay que buscar el origen.

Unknown dijo...

Era necesario tener la experiencia para saber "tu querer" hasta dónde llegaba y lo mucho que vas a lograr.