¿Será que el estar en movimiento está en nuestro ADN como el sentarnos alrededor del fuego a contar historias?
Miremos los fenómenos actuales. Esos que arrasan con los titulares de los noticieros y aparecen en las primeras páginas de los periódicos nacionales e internacionales (los cuales, confieso, leo cada vez menos por salud mental). El mundo, el que construimos todos los días, está enfrentando desafíos inmensos. Como inmensos son los abismos que nos negamos a cruzar desde la razón, para leer las señales de una crisis que no puede ser adjetivada.
Y aquí el sutil camino que nos interroga.
Mientras las indivualidades están sumidas en una búsqueda de realización y logro personal, las colectividades están empezando, o debo escribir, continuando, una oleada migratoria a través del mundo. Hay insatisfacción, temor y hasta dolor en torno al dónde estar, o, a qué territorio pertenecer, dando como resultado una larga fila de personas a la deriva. Tal es el caso, por ejemplo, del vecino país, Venezuela, y de sus connacionales en éxodo a través de Colombia y el Ecuador intentando llegar a Perú/Chile. O el de los flujos migratorios de diversos países de África hacia Europa en condiciones temerarias. Es como si la familia humana estuviera en movimiento, fiel a la “larga tradición de gente reuniéndose para viajar en grupos… ( y así a través de) las caravanas poder proporcionarse protección en contra de ataques y otros riesgos”.[1] La historia humana repitiéndose. Las nacionalidades diluyéndose. Los bordes necesitando diluirse. Sin embargo, lo que tenemos a cambio, son gobiernos y sus representantes, endureciéndose e insistiendo en elevar muros y en utilizar perros amaestrados para rasgar los vínculos y poner tras las rejas, los hijos e hijas de la peregrinación.
Mientras las indivualidades están sumidas en una búsqueda de realización y logro personal, las colectividades están empezando, o debo escribir, continuando, una oleada migratoria a través del mundo. Hay insatisfacción, temor y hasta dolor en torno al dónde estar, o, a qué territorio pertenecer, dando como resultado una larga fila de personas a la deriva. Tal es el caso, por ejemplo, del vecino país, Venezuela, y de sus connacionales en éxodo a través de Colombia y el Ecuador intentando llegar a Perú/Chile. O el de los flujos migratorios de diversos países de África hacia Europa en condiciones temerarias. Es como si la familia humana estuviera en movimiento, fiel a la “larga tradición de gente reuniéndose para viajar en grupos… ( y así a través de) las caravanas poder proporcionarse protección en contra de ataques y otros riesgos”.[1] La historia humana repitiéndose. Las nacionalidades diluyéndose. Los bordes necesitando diluirse. Sin embargo, lo que tenemos a cambio, son gobiernos y sus representantes, endureciéndose e insistiendo en elevar muros y en utilizar perros amaestrados para rasgar los vínculos y poner tras las rejas, los hijos e hijas de la peregrinación.
Foto: SandraE of course! Tomada en Buenos Aires, Argentina |
Estamos asistiendo a ver toda una marea humana de aspirantes anónimos a un “sin estado”, o,“statalessness”. En derecho internacional, “statalessness” es la ausencia de
ciudadanía. Algunas personas “sin estado” son refugiadas. Sin embargo, no todas
las refugiadas son personas “sin estado”. Para no ahondar, simplemente me lanzo y pregunto. ¿Será
que llegó el momento de una ciudadanía global en vez de una
adquirida por el lugar donde nacimos, o por la relación de sangre que nos
conecta a la tierra, a través de quién nos da la vida?
En mi visión, una de traer lo personal y tejerlo a lo político, las fronteras son ficciones. Ya lo había manifestado en una
entrada aquí en este mismo blog hace un año https://sandraoye.blogspot.com/2018/07/fronteras-nacionalidades-ficciones.html. Repito. En mi visión, las fronteras son ficciones. Así como los límites mentales están
en nuestra cabeza diciéndonos lo que no podemos hacer, las fronteras, han sido creadas para fijarnos a una
nacionalidad, una cultura, un pasaporte o tarjeta de identidad, a una manera
de asumir la ciudadanía. Es hora de un cambio de paradigma con respecto a la migración humana. Y mientras sucede, seguiremos en movimiento porque está en nuestro ADN. Como individuos y como colectividades, seguiremos caminando para estar
donde nos plazca y sentir que el lugar de origen no es nuestro destino sino el
punto de partida.
[1] Recuperada de Perspective,
NRC, https://www.nrc.no/perspectives/2019/when-violence-has-taken-control/
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