En un arrebato después de una mezcla de emociones producto de un correo que me dejó impactada y también por la reciente pérdida, decidí la compra impulsiva de un tiquete a El Salvador para visitar a una gran amiga de la época de la universad en Estados Unidos. Tan pronto bajé del avión, sentí el calor húmedo de lugares que en principio parecen infernales pero terminan en pocos segundos cautivándote. Clotilde Soledad Quintero Rodriguez me esperaba con esa sonrisa de siempre y su actitud jovial, fresca.
Santa Tecla, ciudad donde ella y su familia vive, me parece interesante porque está construida al pie del imponente volcán El Boquerón (no hay ningún temor en esto de dormir practicamente bajo el volcán) y desde la montaña, ofrece un mirador 360 grados a una llanura que se extiende hasta San Salvador, la capital del país.
Estos relatos noticiosos me remiten de inmediato a mi país donde en ciertas partes del territorio nacional los actores armados, los guerreros, son los que dictaminan los horarios, costumbres, estilos de vida de la población, especialmente, el de las mujeres. Somos países marcados por la violencia y por ello, aunque quisieramos olvidar por un fin de semana a qué mundo pertenecemos, debemos cada día levantarnos y reconocernos como pueblos construyendo caminos hacia la paz.
Mi tiempo en El Salvador se acabó demasiado pronto. Sin embargo, lo recordaré como el país que me ofreció la experiencia maravillosa de llegar en 20 minutos al mar a disfrutar de un fabuloso paisaje y donde cada paseo fue una ocasión para sentirme parte de un núcleo familiar amoroso departiendo y compartiendo una buena conversación y comida.
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