De mayo 22 a junio 20, mi viaje me llevó por tierras del norte a una visita familiar a mi hermana y su tribu. El vuelo a la reunión con ella, me dio tiempo para pensar y sentir que lo vivido en núcleos familiares de personas que son amigas y amigos hasta entonces me había hecho mucho bien y me había dejado grandes recuerdos. Sin embargo, este momento se perfilaba como el de ir a vivir "the real thing" por aquello de estar realmente entre sangre de mi sangre.
Llegar a Nueva York, al John F Kennedy en plena madrugada, deja una sensación de temor quizás por tantas malas películas vistas sobre las calles oscuras de la gran ciudad donde suceden toda suerte de crímenes y atropellos. En fin, cuando salgo de aduanas, decido tomar un taxi _ ahora sé que existe Super Shuttle, servicio por el cual por no más de $30 dólares una minivan te lleva a la puerta de tu apartamento o casa_ el cual conduce un personaje de un color indefinido entre cera y papel pergamino. Su larga y descuidada barba me toma por sorpresa y aunque pretendo sonar familiar y experta, me siento intranquila todo el trayecto. El hombre de origen ruso, intuyó mi desazón y se dedicó a poner música clásica que en determinados pasajes sonaban al preludio perfecto para cualquier fechoría ( Mucho CSI New York?). Por eso llegar a la morada temporal que un alma caritativa puso a mi disposición por esa noche/amanecer, me devolvió toda la respiración y las energías.
Después del descanso vino el tren y con el sencillo hecho de tomarlo en plena Penn Station, definitivamente me doy cuenta que estoy haciendo el tránsito entre el país de la "Pura vida" al de la "Pura adrenalina". Bulliciosa, perniciosa, deliciosa adrenalina. El tren tocó puerto en la estación que me correspondía descender en Delaware, dentro de los horarios previstos. Primera señal que estás en Estados Unidos. Todo en este lugar, está circunscrito dentro de un horario preciso, en un día concreto y por tanto, cumple una agenda. No se puede vivir sin agendar, sin tener un plan establecido con la suficiente anticipación. Es como si el engranaje aceitado y perfecto de un gran reloj pesara sobre los plácidos días agobiando con su peso la existencia. Apenas siento su tic tac, mi plan de no tener mucho plan se resquebraja y empiezo entonces a sintonizarme en modo "organiza tu vida de un verano en el gigante del norte".
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