sábado, 20 de enero de 2018

Cualquier día, cualquier calle en Cali



Muchas discusiones sobre la "toma" o invasión del espacio público siempre han girado en torno a las personas que desde su situación de precariedad económica se ubican en los ándenes, puentes, pasos peatonales y nos ofrecen toda clase de productos. Van desde los famosos dulces, golosinas y chicles, hasta los grasosos fritos de tradición como empanadas, hojaldras, papas rellenas y demás viandas, que a los peatones, les sirven para "matar el hambre".
Entre las rutinas que tengo de transportarme en el servicio público, cero conexión con celulares o tecnología -lo cual me ha permitido estar atenta a mis alrededores y saber qué está pasando en el mundo que me rodea-, recientemente caí en la cuenta que nuestra ciudad, tiene una creciente población de personas sin techo, alojadas de manera más o menos permanente, en las calles y andenes. Digo que ha crecido y quizás no sea exacto, sino que antes no lo había notado. Y entre estos habitantes callejeros que empecé a notar, descubro una población mayoritariamente masculina que se ha ido desperdigando en especial, en las calles del centro, y que son consumidores de sustancias que van desde el pegante o cola, hasta el bazuco, la marihuana y quién sabe qué otros aditamentos.
Estuve observando los lugares preferidos de estas personas y son las construcciones o edificaciones que tienen poco movimiento y algunas creo, se encuentran vacantes. Allí se van esparciendo al resguardo y apoyo de cualquier pared firme, a drogarse, y luego "vacios de su propia humanidad" se van desmadejando en un sueño o viaje.
Los sigo con la mirada y de nuevo, mi imaginación fecunda, los transforma en coloridos hongos que le han ido saliendo a la ciudad, en sus horas de ignorarlos y abandonarlos a su suerte. Usualmente los acompaña un costal o un perro que también parece dormir el sueño de los animales que sueñan. 
Nuestro gobierno local no sé qué compromiso tiene con estos "seres hongos" que van apareciendo salvajemente sobre nuestra transitada vida de ciudadanía indolente, desarticulada de una visión compasiva para este conjunto de seres humanos y su pérdida de voluntad ante la adicción. Quizás muchos no quieran otra vida.  O sencillamente, han olvidado quiénes son y lo único que parece reclamarlos es ese costal, ese perro, ese anden, esa calle poco transitada...
Un viaje parecido al de este tipo de viajantes tendremos las personas viajeras al estar en contacto con otra realidad, otra cultura? Nos volveremos también adictos a esta forma de vivir entre maletas, países y aeropuertos? Risas.

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