Octubre 04, 2018
Llegar a una
ciudad de la que se tiene una memoria difusa es un poco como despertar de un
sueño del que se recuerdan fragmentos inconexos. Así me siento al llegar a Mannheim, tercera ciudad más
poblada del estado Baden, Württemberg, Alemania, en la que ya había estado antes, y en la
que mi amiga, María y su familia tiene su residencia permanente.
Por esto, toca
empezar a reconocerla despacio, poco a poco. Trayendo los tenues recuerdos a un primer plano, surge de
manera nítida, la imagen de la ciudad vecina,
Heidelberg. Una ciudad reconocida por su belleza, su peculiar arquitectura, por ser hogar de la universidad
más antigua de Alemania (1386) con su mismo nombre, que tiene como motto "Semper apertus" o "siempre abierta", y, claro, su castillo insignia que yace en una
colina con vista al rio Neckar.
No dudo entonces
que para recordar a Mannheim debo recordar a Heidelberg y decido empezar el
camino de la memoria, a través de una primera excursión por sus calles, para así sintonizar
con el ambiente universitario, además de disfrutar del buen clima que hace al momento
de mi llegada a comienzos de Octubre. Se supone que el otoño tenía que haber
hecho su aparición a lo largo y ancho de la geografía del país, pero no, sigue en
un verano eterno que atemoriza a propios y extraños.
Los pasos me
van llevando al centro de la ciudad, a las calles empedradas peatonales, a un
café que resultó ser de una familia italiana (Italia me viene siguiendo) en el
cual escribo mientras tomo el acostumbrado café de la tarde. Y noto que cada
vez hay menos carros, menos ruido, más paz y más bicicletas.
Sigo caminando, hasta llegar al puente, el Carl Theodor Old Bridge, que atraviesa el rio Neckar y de allí, llegar a la otra orilla que ofrece imágenes panorámicas del palacio, parece lo indicado. Me sigo dejando guiar por mi intuición mientras camino, para terminar, en plena plaza central con la alcaldía de fondo, o la Rathaus, florecida.
Cuando emprendo el camino
de regreso y desciendo rumbo a Bismarckplatz a tomar el tren de regreso a
Mannheim (boleto de tren con opción de transferencia a buses por un día, 6,70 €),
ingreso desprevenidamente a la Iglesia de San Pedro, donde encuentro, el
escritorio donde las personas le escriben mensajes a Dios o a Jesús dando
cuenta de sus obras y pidiendo abundantes bendiciones. No puedo dejar pasar la
oportunidad de leer alguno de estos mensajes que está abierto y exhibido.
Oscurece y dejo atrás el husmear los mensajes celestiales, para evitar cualquier “reacción divina" y regreso tranquila, pensando que aunque mi recuerdo de Heidelberg y Mannheim, tiene unas nuevas pinceladas, unas más definitivas, necesito de otras tantas visitas y descubrimientos de lugares para que termine de delinearse.
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