Roma guarda
cierta nostalgia en sus calles, monumentos y puentes. ¿Cómo recorrer una
nostalgia? ¿Habría que dejarse envolver en ella o por el contrario, sacudirla y
reinventarla?
Entré a hacer
el plan descubrir a Roma armada con dos poderosas herramientas. Una, la guía turística
de la ciudad con un útil mapa que tenía reservada para mí mi anfitriona, y,
dos, mi intuición. Lo que no podía encontrar con la guía, mi intuición me
ayudaba a descubrirlo.
El primer
recorrido que realicé lo hice con el punto de llegada muy bien definido: el Castillo de Sant´Angelo. La tarea
entonces fue ubicar la ruta que me llevara en un lapso de unas tres horas
caminando, a los sitios que valían la pena ver alrededor del punto de llegada.
La estrategia requería definir el punto de inicio del trayecto.
Como bien
aprendí en mi último viaje al sur, concretamente a Uruguay, cuando llegas a una
parte es bueno buscar el lugar más alto que puedas, para ver la magnitud o
extensión del sitio por conocer. En el caso de Roma este lugar, fue el mirador
panorámico que existe en el monumento Il
Vittoriano, donde a través de un ascensor que han llamado Roma dal Cielo (Adultos 8 euros) te
llevan a una terraza que te permite descubrir la ciudad con visión de 360
grados.
La visión en
verdad te abruma. Por la belleza pero también e inicialmente por la cantidad de
cúpulas de las iglesias que en un pasón rápido de la mirada pude contabilizar en
más de una docena. Estás en la ciudad de las iglesias y basílicas. Por lo
tanto, es inevitable visitar algunas.
En el circuito
seguía parar en la basílica de Santa
María de Aracoeli, que se convirtió de una vez, en la oportunidad perfecta para
hacer un calentamiento de piernas con todos los escalones que hay que subir
para llegar a conocerla.
El día continúa
con los paseos tradicionales a la Fontana
de Trevi, a la que llegué realmente un poco siguiendo mi intuición y un
poco, al ser empujada por la marea humana de turistas, para continuar hacia la
plaza o Piazza Navona. Esta plaza
con sus fuentes, iglesias y actividades artísticas callejeras, entre las que sobresalía la de un payaso moderno completamente bronceado, que jugando con el público y
exhibiendo sus dotes de ilusionista, hace un show utilizando agua, música y
claro, diferente indumentaria que extrae de una maleta que parece no tener
fondo.
Parar en el Panteón de Agripa a disfrutar de la luz
eterna de Roma cambiando la fisonomía de este espacio fantástico, fue la
siguiente escala.
No sin antes decidirme a hacer un alto en el camino para
disfrutar de un gelato italiano el cual devoré a los pies de las escaleras de
la Plaza de la Rotonda recordando la famosa escena de la película Comer, Rezar
y Amar. Ja!
El protagonista
silencioso del día es el río Tiber
que aparece al final del trayecto cuando cruzo el ahora puente peatonal Sant’Angelo y así salvo la distancia
que me separa a mi punto de llegada. Sin embargo, los pasos andados los tengo que deshacer
cuando caigo en cuenta que una imagen más poderosa del Castelo se puede lograr
desde un puente cercano, el Vittorio Emanuelle II ,a donde voy casi corriendo
para poder tener todavía la luz tibia del final del día, arropando al Castillo
y sus alrededores.
Roma es
caminar, dejarse arrastrar por la marea humana que permanentemente lo visita,
comerse un gelato en las gradas de cualquier plaza y también, desandar lo
andado para poder dejar registro con la luz dorada del final del día de un monumento
que es mausoleo y museo a la vez.
El cansancio es mayor. Las intenciones son, nunca en este viaje, salir a las calles sin mis dos herramientas base: una buena guía turística y mi intuición, la mejor guía.
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