El último día de encuentro con Eli,
optamos por aventurarnos a otra excursión: La visita a la zona arqueológica o
ruinas de Pompeya, con el volcán Monte Vesubio todavía activo, vigilante.
Llegar es sencillo gracias a los trenes regionales que regularmente transitan
entre Nápoles y las ruinas. Después de un viaje de cuarenta y cinco minutos
estás ingresando a la zona, que te exige una buena caminata, con hidratación
constante (hay fuentes de agua en puntos estratégicos) y un recorrido bien
estudiado.
La planeación del recorrido, la definimos rápidamente al tomar unas cervezas y bocadillos, tratando de proyectar cómo podemos realizarlo en el poco tiempo que tenemos, lo que resulta todo un reto porque la extensión de las ruinas que se ve grande en el mapa que proporcionan a los visitantes, es, en realidad inmensa, cuando decides recorrerla.
Ya dentro del área, todo abruma: el tamaño
del lugar, ubicar los sitios de interés (la señalización es enredada con
respecto al mapa), y empezar a ver cómo quedaron los vestigios y restos tanto
materiales como humanos de la ciudad catapultada por la erupción del volcán en
el siglo 79 después de Cristo, que dejó a su población convertida en ceniza.
Los
arqueólogos han hecho moldes de los ciudadanos encontrados y realmente,
espeluzna, verlos tendidos en una especie de hangar donde los almacenan.
Mi nivel de ignorancia, es grande como
vasto es el recorrido, debo admitirlo. Entonces con tranquilidad, me dejo guiar
por mi amiga Eli quien además tiene montones de relatos anecdóticos para
amenizar nuestro trayecto. Nuestro sentido de
orientación termina haciendo el milagro de guiar los pasos y terminar la
visita, acaloradas, pero contentas porque vimos la mayoría de los puntos que
habíamos acordado.
El fin de semana termina. Al despedirme de Eli me queda la sensación que viajar en modo solo por un tiempo está bien. Sin embargo, viajar con alguien más, con alguien divertido, conocedora de la historia, afín (a ambas nos encanta recorrer los mercados locales y merodear por sus alrededores), compartir la experiencia, convierte el viajar en sí mismo, en algo extraordinario. Hace que las horas vuelen y que las posibilidades de observar, se multipliquen. Además es una excelente manera de recargar baterías para continuar el viaje...te ayuda a poder asimilar los desafíos y vicisitudes que están por allí, aguardando. Namaste Eli.
El espejo, me trajo recuerdos, del celular en la actualidad con sus innumerables selfies, je! |
Bien dotados los pompeyanos, se encuentran mil y una referencia al falo. |
El fin de semana termina. Al despedirme de
Eli me queda la sensación que viajar en modo solo por un tiempo está bien. Sin
embargo, viajar con alguien más, con
alguien divertido, conocedora de la historia, afín (a ambas nos encanta
curiosear los mercados locales y merodear por sus alrededores; para la muestra unas fotos aquí al final), con alguien con quién compartir la
experiencia, convierte el viajar en sí mismo en algo extraordinario. Hace que
las horas vuelen y que las posibilidades de observar, se multipliquen. Además
de ser una manera excelente de recargar
baterías para continuar el viaje… te ayuda a poder asimilar los desafíos y
vicisitudes que están por allí aguardando. Namaste Eli.
Mercado de Puerta Nolana, con su surtido de comida de mar para llevar. Foto: Sandra Erika of course |
Una de las imágenes en Nápoles, en cualquier calle |
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