¿Qué le da
personalidad, carácter a una ciudad?
Cuando
viajamos a una ciudad que no conocemos siempre estamos buscando los sitios que la representan, los que se han
vuelto su huella. Cuando viajamos con ojos de turista quiero decir. Cuando
viajamos con otros ojos, unos de viajera con mente atenta, ojos de mujer
despierta, tratamos de captar más allá de los lugares emblemáticos, la esencia
de las ciudades que visitamos.
Al bajar del
avión de Turkish Airways (ya documentado en otra entrada de este blog del día 22/09/18) y estar en el aeropuerto Fiumicino de Roma, la primera impresión que
te llevas es la del exquisito diseño en todo. Inclusive en los detalles de los
objetos: los baños, tienen, a diferencia de todos los otros baños de
aeropuertos del mundo que conozco, la unidad de lavamanos, con el sistema de
distribución del jabón, del agua y el de secado todo en un módulo compacto.
Esto, me pareció práctico.
Roma es glamour en medio de la informalidad. Es lujo. Es historia y belleza. Y es por encima de todo esto, luz. Una luz eterna que lo envuelve todo en nostalgia.
Los y las
locales lo ven todo difícil. Me comparte la mujer en sus treinta años que hace
de ascensorista en una de las terrazas que ofrece uno de los miradores más
espectaculares en los altos del monumento Vittoriano, a la que se llega en el
ascensor llamado Roma dal Cielo (7 euros). Los tiempos dice han cambiado.
Y sino que lo
digan, los que se aglomeran y ponen sus negocios alrededor del Nuovo Mercato
Esquilino.
Allí hay toda una red de economía informal a cargo de personas
africanas y de países orientales con ventas sobre el andén –nuestros conocidos
agáchese colombianos o el arte del rebusque-; venden relojes, tenis, celulares,
gafas. O qué dirá el hombre de también unos treinta años, de Bangladesh, quien
ha venido buscando un mejor futuro para él y su familia y en el barrio donde me
alojo, administra una tienda. Cuentan los rumores del barrio, que tener un
local allí, le significa a este hombre tener que rendir cuentas a una organización muy
conocida a lo ancho y largo de Italia (adivinan?).
Foto: SandraE of course |
Muy
impresionante visión de los espacios en esta ciudad y su transformación con estas pinceladas o toques definidores de las cosas. Una ciudad
con Photoshop permanente sobre sí misma, en la que los reflejos, los pliegues o
las líneas que la luz posibilita, van apareciendo con cada parpadeo.
Existe otro
aspecto de la luz que va cambiando y se desgrana en conjuntos de arreboles que
luego se apagan, para dar paso como en un cortejo a las luces de los lugares de
la ciudad como la de la cúpula del Vaticano. Las luces del hombre se van
encendiendo en sincronía con la muerte de la luz natural, en verdadera
anunciación de otra visión que me alegra: la de la luna casi llena.
Foto: J. Nakai. |
Foto: J. Nakai |
Una verdadera
revelación esta, sin más preparación que estar sentada, en el lugar indicado a
la hora correcta. El lugar es la terraza
de las Estrellas, o Les Etoiles, en el Hotel de la cadena Atlante, Via
dei Bastioni, Via Giovanni Vitelleschi, 34, 00193 Roma (copa de vino con
bocados cortesía, 10 euros). O para ver el lugar de los lugares por
excelencia en Roma. El monumental, el único, el famoso Coliseo ó
Anfiteatro. Si estás alrededor de la
estación del Metro Coliseo (pasaje metro 1,50 euros), puedes ver la puesta del
sol sobre el arco de Constantino y el Coliseo, sin ningún costo.
Foto: SandraE of course |
Foto: SandraE of course |
Entrar en el
complejo del Coliseo, Foro Romano y Palatino, es una experiencia que puede
desbordar tu cuerpo. Hay que prepararse para caminar, extraviarse, enredarse y
volver la marcha atrás, cuando tus pasos no te están llevando a donde esperabas
llegar. Igual perderse es lo de menos porque siempre hay algo que ver.
Foto: SandraE of course y todas las demás fotos mías. |
Estuve en la
mañana en el Coliseo y en dos tardes en el Foro y Palatino (18 euros un
tiquete que te permite estos ingresos en dos días consecutivos). Explicar la experiencia Coliseo está por encima de lo que pretende este blog. Nada más registro aquí lo que se encuentra en las guías de Lonely Planet sobre cómo era el orden para sentarse en el circo romano, lo cual fue corroborado por el servicio de audioguía que contraté (Audioguía, 5,50 euros): "las mujeres (excepto las vírgenes vestales) eran relegadas a las secciones más altas del Coliseo".
Durante el
recorrido del Foro Romano y alrededores, la emoción acumulada de los días que
llevo como viajera, me sobrecogió y
explotó sin avisar, dejándome indefensa. Tanta belleza, tanta perfección en
medio del deterioro y “muerte” en el tiempo.
Roma es un gran libro de historia
abierto, saqueado; le han arrancado páginas enteras para llevarlas a
colecciones/bibliotecas privadas del mundo. Igual sentí la vibración en tiempo de luz-nostalgia
de tal manera, que era difícil respirar y tuve que hacer un alto en el camino
para una llamada (plan tourista en Vodafone adquirido en el aeropuerto a 55
euros con impuesto) a una persona querida, mi madre, y así poder volver a estar
en pie y terminar el recorrido.
Porque viajar sola a veces hace esto: Entras en euforia profunda que tienes que después procesar a través de la palabra. Y de un momento para
otro, el destello de la historia de la humanidad que estaba a mis pies, se
volvió torrente sanguíneo. Me levanté ya con la nostalgia volviéndose río que
me recorrió como un murmullo. Igual pudo ser algo menos poético: el sudor después
de caminar por horas sin mayor protección sobre la cabeza y la cara; no hagan
esto cuando vengan.
Me atrevo a
esta conclusión: Vemos las ciudades un poco como somos o como nos sentimos.
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