Eran las 3:10 p.m cuando llegué a Estambul. O al
menos eso nos informó el capitán de la aeronave de Turkish Airlines. Desembarcamos
y de inmediato, pensé en Touristanbul (https://www.turkishairlines.com/en-us/flights/fly-different/touristanbul/ ) considerando
mis opciones de tomar el anunciado tour nocturno de la ciudad. Sin embargo,
comienzo a descartarlas porque tendría que ser el aeropuerto y la zona de
migración más eficiente del mundo para poder estar a las 4:00 p.m. lista en la
oficina de la aerolínea en el primer piso, entregando mi pase de abordar del
siguiente vuelo, Estambul- Miami, para realizarlo.
Quedó esperar al tour en horas de la
mañana.
La migración de este aeropuerto que se llama
Ataturk en honor del fundador y primer presidente de Turquía, Mustafá Kemal
Ataturk, es lenta y confusa. Un poco trae a mi memoria la del aeropuerto de
Roma, nada más que en esta ocasión, la ameniza, el relato de un francés que
parecía un náufrago con urgencia de hablar, cuyo nombre es Ciryl por lo que
pude ver en su pase de abordar. A veces siento que atraigo gente contando
historias. La de Ciryl era una de múltiples percances por su regreso a Europa
con su novia tailandesa; el resultado, según entendí, había sido, muchos
desvíos, ingresos y salidas de varios aeropuertos, la separación de la chica a
quien había tenido que enviar por una ruta alterna, y claro, los costos
asociados, a toda esta misión que por lo que oí, parecía imposible: coincidir
en Francia. Hablaba y gesticulaba. Gesticulaba y hablaba. Y compartía lo siniestras
que habían sido las autoridades aeroportuarias en varios países y cómo había tenido
que pagar pasajes aéreos extra de última hora (por valor de más de 2000 €), para ir cual caballero andante y
viajante, al rescate de la novia. Lucía desesperado, la verdad, y no sé, de
dónde me salió preguntarle: “Y su novia, es mayor de edad?”. Sin inmutarse, me dijo, “Si, es mayor de edad
y tiene todos sus documentos en orden”. Dejo a Ciryl desesperadamente enamorado
cuando me dirijo a una casilla a buscar sello de ingreso a Turquía. Una vez lo
hago sin problema, me pareció recordar la época en la que tener la nacionalidad
colombiana, parecía una pesadilla a la hora de cruzar fronteras. Como le
resultaba ahora a la chica tailandesa. Y todos mis pensamientos, volaron de
nuevo al tema de las nacionalidades y las fronteras. En este momento, con
historias como las de Ciryl, no parecen ficciones, como he insistido en otras
entradas. Parecen una catástrofe humanitaria.
Fría la tarde de mi arribo a Estambul.
Salgo sin equipaje distinto a mi morral y una
cartera porque el más grueso, ha sido despachado hasta Miami. Estambul me
recibe vestida de gris. Me detengo a pensar mientras camino los pasillos
exteriores del aeropuerto, en lo que me depara esta ciudad en un lapso de
tiempo tan corto: 22 horas. Por el momento, quiero un café, el famoso café
turco y me dirijo a una venta de kiosko. Cuando lo pido gesticulando, noto,
percibo, me percato que a mi alrededor, hay puros varones… soy la única mujer,
y para más descripción, la única occidental por allí, sentada en un muro del
aeropuerto, tomando sorbo a sorbo el elixir color marrón de la taza de papel
cartón. Nada para recordar en este café de aeropuerto.
“Buena idea haber hecho una reserva en un hotel
cerca del aeropuerto, a un costo razonable, desde Roma” pienso mientras tomo mi
café. Mejor aún, aquel que ofrecía
servicio de “shuttle” o de bus desde el aeropuerto hasta el hotel.
Termino mi café sin gracia y cuando trato de ubicar el paradero donde se
supone debo tomar el transporte, por ninguna parte. Ok. Una llamada, lo
soluciona. Nop, no hay un servicio de transporte a hotel a esa hora. Un taxi, lo resolvería… Entonces me pongo en
modo exploradora por los alrededores de aeropuerto y busco, busco, hasta
encontrar, una escalera eléctrica que me lleva a un área que es aquella donde
se conecta el subway de Estambul con el aeropuerto. Por un instante cruza por
mi mente, la idea de ir, comprar un pasaje para ir al centro histórico porque
está alejado del aeropuerto y hacer mi propio tour nocturno. Los segundos pasan
y en una especie de flashback, se instalan en mi pantalla mental en blanco, las
noticias de los últimos meses/años de Turquía, las explosiones en el
aeropuerto, las conversaciones con mi amiga María, sobre tener cuidado en este
punto de mi viaje. Imaginando me quedo y gana el pulso entre mi impulso salvaje
y la cordura, esta última. Ergo me abstengo
de la aventura por físico miedo. Mujer, sola, extranjera, cansada, sin hablar
turco en país musulmán, con pocas mujeres en la calle, sin brújula distinta a
las ganas…tamaña osadía.
Hay osadías de osadías.
Toma tiempo aceptar y desactivar el miedo en mi
y hacer que se sincronicen mis pasos para buscar la zona de taxis del
aeropuerto. Sigo por inercia caminando, por los alrededores de la zona sub
hasta encontrar un pequeño supermercado donde me aprovisiono de quark, yogurt
turco para el desayuno, y algunos pasteles y delicias que se encuentran, al
fondo de la tienda, en una especie de panadería que atiende un hombre de cabello blanco. Recomendación:
vayan siempre hasta el fondo de estos locales que parecen puestos en su camino
por algo. Siempre hay sorpresas. Él se encarga de partirlas y embalarlas en una
caja de cartón que ordeno a través del lenguaje de señas. Error: compro apenas
unos pocos pasteles y delicias, en vez de al menos pedir tres cajas de estos
dulces para llevar conmigo en viaje del día siguiente.
El hotel Kadak
Garden de Estambul, proporciona lo necesario para una noche de paso. El
tema con estos hoteles cercanos al aeropuerto, es que están lejos de todo y de
alguna manera te aíslan en sus corredores y cuartos. Te obligan a imaginarte la
ciudad allá en la lejanía sin ti. Desde mi ventana una zona industrial que suma
al gris del cielo, con un tráfico pesado que desalienta cualquier intención de
explorar nuevamente los alrededores.
Me refugio en mi clase de yoga.
Bajo después de ducharme al restaurante y pido una
sopa de lentejas que parecía más una deliciosa crema de arvejas. Je!
Octubre 18, 2018. Lista para el anhelado tour,
el P22, muy temprano en el aeropuerto. El ingreso del taxi al área donde puede
dejar pasajeros, es interrumpido por una requisa de parte de personal militar
al auto. Sin embargo, llego a tiempo y puedo caminar para
conseguir mapas por allí. Demarco la ruta que haremos hoy, con emoción.
Tres horas después de iniciarlo, la emoción se
ha transformado en una sensación de logro. Sí, logré darme un vueltón por
Estambul en tiempo record. Quedé antojada de más. Y justo allí, entiendo la
potente estrategia de mercadeo de la aerolínea. La guía, una mujer sin velo,
cuyo nombre es Jazmín estuvo genial. Habla alto y despacio y relata que
Estambul está en la región de Marmara y que tiene 18 MM de habitantes. La
capital de Turquía contrario a lo que muchas personas creen no es Estambul, sino
Ankara. El fin del imperio otomano y la constitución de la república turca, ocurren
en 1927, y está a cargo de Mustafá Kemal Ataturk, cuyo último nombre significa
“padre de los turcos”. Jazmín es hábil en transmitir con entusiasmo los
detalles que convierten Estambul en la perla que es. Punto de la geografía rodeado
por agua, alcanzando a ser cuatro los mares que la rodean. Así, pues, un verdadero
canal y flujo privilegiado, que toca dos continentes, el europeo y el asiático,
con un puente, el de los mártires del 15 de Julio, que los une creando una imagen de
una belleza inigualable. Uno de los puntos del recorrido, el Palacio
Dolmabahce, en medio de la bruma del día que intenta despejarse, parece una
ilusión óptica. Fue construido por el arquitecto Garabet Amira Balyan. El acueducto de Valens
sobresale en el recorrido de regreso al aeropuerto.
Alcanzo a percibir a esta ciudad a través de la
luz difusa de un otoño incipiente y desde la ventana del bus turístico que nos transporta.
Con lo que tengo, hago lo que puedo. En el palacio Dolmabahce consigo por fin
un verdadero café turco. Me regalan acompañando una fruta confitada. Delicia.
Lo disfruto lentamente mirando al puente
sobre el Bósforo, el cual me regala una luz que hechiza.
Ya en la puerta de salida 219, paseando y
revisando en la memoria quedan muchas historias o mini-relatos.
Quizás el que
más recordaré es el del ingreso a la zona de seguridad del aeropuerto, donde
hacen un chequeo a través de máquinas y a algunas personas, les hacen revisión
física de equipajes; en mi fila, hay un hombre que no se resigna a ver cómo le
quitan un trompo de madera que tiene en su equipaje de mano. Claro como todo
trompo, su punta es metálica, y por eso en el detector, no pasa. No puede subir
al avión con él. Me da un poco de pena, saber que la ilusión del padre por
llevarlo, será la decepción del hijo al no recibirlo. Y por otro lado, me pone
a pensar, “¿por qué el detector de metales no identificó una navaja suiza,
entre mi equipaje que tenía en mi morral de mano?” Sigo sin inconvenientes hacia sala de espera.
Es un trompo la vida! Estambul, hasta la próxima vuelta.
2 comentarios:
Hola Sandra, agradable tu escrito. Se lee rápido, tan rápido como tu paso por Estambul.
Adelante! Espero nuevas experiencias!!
Publicar un comentario