lunes, 26 de noviembre de 2018

Conversaciones esenciales

"Lo más terrible se aprende enseguida
Y lo hermoso nos cuesta la vida"
Canción del elegido, Silvio Rodriguez

Desde que me pasó el jet-lag de mi último viaje, se fue el cansancio de dormir en camas ajenas y procesé la "tusa" del regreso (*), se me ha quedado calado entre la piel y los tejidos, un desacomodo existencial. Una sensación de constante búsqueda por una respuesta a una pregunta.
Por lo que sé esto del jet-lag, y me refiero a las sensaciones físicas, suele durar de uno a 10 días dependiendo del cambio de horario. Pero cuando hay una emoción más profunda o un sentimiento instalándose entre los días y las noches y algunas veces al amanecer te hace despertar sin razón o motivo aparente, es hora de darle un poco de voz a "ese" algo que está pasando en tu interior.
Y "ese" algo que tengo gira en torno a la pregunta:  ¿ Qué significado tiene volver a la ciudad de nacimiento, al país de ciudadanía,  a esa suerte de espiral energética que te repele y atrae de manera simultánea hacia el centro y que marca siempre el regreso a tu lugar de origen? Esto a lo que algunas personas le llamarían volver al ombligo. Me ha costado habitar el ombligo nuevamente después de este viaje. Y he trazado entonces la génesis de esta sensación/sentimiento encontrando un hilo que intento hoy desenredar mientras escribo.

La fuente de tal estado que me visita y frecuenta por estos días - ya van 26 días desde mi regreso - es la conciencia de una carencia y después de la aceptación, el reconocimiento que es necesario hacer algo con ella: extraño las conversaciones esenciales que sucedieron durante mi breve paso por Europa 2018. Estar viajando y conociendo gente/ re-conociendo las amigas que han migrado a otras latitudes, siempre te coloca en circunstancias en las que cada conversación que tienes con dichas personas, se vuelven esenciales. Intentas recorrer las vidas y existencias con sus caminos conexos mientras te sientas a disfrutar de una copa, café o sencillamente, caminas por un parque. Extraño esto.


Ya de vuelta en mi cotidianidad al recorrer los lugares que habitualmente constituyen mis rutinas, encuentro que la comunicación se vuelve práctica, funcional y se distancia de eso que se destila en las otras conversaciones. La esencia se "destiñe" quedando rápidamente diluida como pintura que no se ha fijado sobre la acera en un día de lluvia. 
Logro, entre los circuitos que recorro en el día a día, algunas pequeñas oportunidades para tener una que otra charla con algún viso de humor y profundidad. Sin embargo, no son muchas. E intuyo que estoy a un paso de un descubrimiento. Mi ciudad, mi círculo, mi habitat necesita ser sacudido por una onda telúrica, un golpe de suerte y salir al encuentro de una tribu. Cero especificaciones a excepción que crea en lo que quiera (incluso en el nomadismo) y que como me decía mi amiga MIS hoy que "le encante hablar de cosas que la mayoría tacha de extrañas. "

(*) En diccionario caleño/colombiano, esta es una especie de resaca después de haber experimentado estados etílicos que puede trasladarse a situaciones como son, la pérdida de un novio, una mascota, etc.)

1 comentario:

escrílogos lecturnales dijo...

Creo que no habitamos lugares sino instancias, y esas no tienen tanto que ver con territorios y fronteras sino con elecciones, con afinidades, con quimeras, con sueños, con disensiones, con búsquedas. Por eso el vacío puede hallarse entre una multitud, en medio de los estruendos (ya hablamos un poco sobre el asunto) y a pesar de sentirnos ocupados. La sociedad "celular" va más allá de los dispositivos, porque encierra y aísla, porque obliga a seleccionar cuándo y cómo acercar(se) a otros... A veces los temblores hay que provocarlos, sobre todo si aspiran a mover algo más que la tierra.